Las operaciones “León rampante” y “Martillo de Medianoche” fueron demostraciones de fuerza que movilizaron medios considerables. No duraron más que 12 días. Aún se desconocen sus verdaderos resultados, pero ya se sabe mucho sobre quienes las planificaron. El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), que se apoyó en un programa informático de inteligencia artificial (IA), ha quedado totalmente desacreditado. Hay dudas sobre los daños infligidos a las instalaciones iraníes de investigación. Sólo están totalmente demostrados los asesinatos perpetrados contra responsables militares y científicos civiles iraníes.
Aún no hay explicaciones sobre ciertos aspectos de la “Guerra de los 12 Días”, lo cual no impide que cada uno de sus actores principales (Israel, Estados Unidos e Irán) afirme haberla ganado. Sobre todo, las interrogantes que se plantean sobre ciertos elementos fundamentales no permiten determinar con claridad si Washington violó deliberadamente el derecho internacional o si creyó tener que hacerlo para evitar lo peor.
EL PROGRAMA IRANÍ DE INVESTIGACIÓN NUCLEAR
Desde Red Voltaire hemos explicado detalladamente el conflicto alrededor de las investigaciones nucleares iraníes [1]. Esas investigaciones comenzaron en 1981, cuando la República Islámica de Irán reclamó el uranio enriquecido que tenía derecho a recibir en el marco del programa nuclear irano-francés, programa que el presidente de Francia Valery Giscard d’Estaing y el primer ministro Jacques Chirac habían propuesto al Shah Mohammad Reza Pahlevi y que a su vez era parte del programa estadounidense denominado “Átomos para la Paz”. Fue en ese contexto, marcado por la negativa de Francia de suministrar a la República Islámica lo que antes había prometido al régimen del Shah, que se registraron atentados de las Fracciones Armadas Revolucionarias Libanesas, vinculadas a Irán, que costaron la vida a diplomáticos estadounidenses e israelíes en Francia.
El conflicto se desarrolló a partir de invasión anglosajona contra Irak, en 2003. Los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, que ya habían inventado la falacia sobre las supuestas armas de destrucción masiva del presidente iraquí Sadam Husein, convirtieron aquel cuento en una historia sobre armas de destrucción masiva iraníes.
Washington y Londres lograron entonces que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptara las resoluciones 1737 (del 23 de diciembre de 2006) y 1747 (del 24 de marzo de 2007) que iniciaban la preparación de una guerra contra Irán. Pero, después del Grupo de Estudio sobre Irak –el Iraq Study Group o “Comisión Baker-Hamilton”–, Washington abandonó aquellas elucubraciones y el conflicto con Francia llegó a resolverse [2].
El conflicto resurgió cuando el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, inició un gran programa de investigación sobre la fusión nuclear, un proyecto que podría ser de utilidad tanto en el ámbito civil como en el plano militar [3]. Con el apoyo de una mayoría de Estados miembros de la ONU, el presidente Ahmadineyad rechazó entonces, con toda razón, que el Consejo de Seguridad exigiese que Irán renunciara a su derecho de investigar en el campo de la energía nuclear sólo para «restaurar la confianza» de otros países hacia la República Islámica (resolución 1696 del 31 de julio de 2006), polémica que es un claro ejemplo de la manera como las potencias occidentales aprovecharon la disolución de la URSS para desviar las Naciones Unidas de sus objetivos internacionalmente reconocidos.
Irán, que ya había vivido el derrocamiento de Mohammad Mossadeg –el primer ministro que había tratado de nacionalizar el petróleo–, no podía dejar de oponerse a aquel intento occidental de impedirle hallar una fuente inagotable de energía. La polémica empeoró cuando el Consejo de Seguridad adoptó la resolución 1929 (el 9 de junio de 2010), en contra de la opinión –favorable a Irán– de la mayoría de la Asamblea General de la ONU.
Los sionistas revisionistas israelíes –o sea los discípulos del fascista judío ucraniano “Zeev” Jabotinky, a quienes no debemos confundir con los “sionistas” a secas, que son los seguidores de Teodoro Hertzl– no tardaron en apoderarse del cuento del “programa nuclear militar de los ayatolas”. Y son precisamente los sionistas revisionistas quienes, 15 años después, han logrado infiltrarse en el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), a pesar de que Israel no es miembro de esa estructura, y ejercer su influencia sobre su director, el argentino Rafael Grossi [4].

